Inspirado en un maldito error
Son las cuatro de la mañana. Una madrugada oscura y solitaria. Veo
vídeos, fotos, hablo con algunos amigos, escucho música, doy consejos, me río,
pienso sobre algunas cosas, hago un trato con una amiga y, de pronto, me
encuentro pensando en ti. Me había tardado en hacerlo. Entonces esta solitaria
madrugada se siente más fuerte. Te imagino acostada en tu cama, sola, pero de
una manera placentera. Pensando en el día que pasó y en el que te espera al
despertar. Te encuentras a gusto contigo misma: no necesitas a nadie más.
Sonríes recordando, y poco a poco te vas sumergiendo en tu otra vida, esa en la
que cualquier cosa puede pasar. Pero yo no, yo no estoy tranquilo conmigo: me
siento incompleto. Te necesito aquí. Te necesito a mi lado, acostada junto a
mí. Me acuesto sobre una oreja, y te visualizo mirándome a los ojos, diciéndome
algo que no se escucha pero se siente. Suavemente acaricio tu rostro con mis
dedos. Los paso por tu frente, el borde de tus ojos, tu nariz, tus mejillas.
Veo tus labios, que de pronto sonríen al acariciarlos. Bajo hacia el cuello, y
vuelvo hacia los labios. No había que pensarlo. Te beso. Coloco mi mano en tu
espalda, agarrándote con la fuerza necesaria para no dejarte ir nunca. Dos,
tres, cuatro simples besos. Después cinco, y no siguieron contándose. No quería
dejar de besarte. Seguimos haciéndolo, y entonces empezamos a jadear. Nos
separamos sólo para recargar en pocos segundos las energías para seguir besándonos
más y más. De pronto, el beso que comenzó siendo tierno e inocente, se convirtió
en salvaje. Nuestro ser iba pidiendo cada vez más. Retiro mis labios de los tuyos,
y los llevo al cuello. Escucho tu respiración agitada y siento tu corazón latir
con brusquedad. Coloco una mano sobre uno de tus senos, sintiéndolo mientras te
beso de nuevo los labios. Estoy encima de ti. Tengo mis grandes manos sobre tus
perfectos senos. Entonces hago ademán de quitarte la franela, y me ayudas. Te
quito el sostén, y ahí estaban tus dos erectos pezones. Uno a uno fui
besándolos, chupándolos. Me siento como un alpinista llegando a la cima de una
gran montaña: victorioso. Seguí estudiando tu cuerpo con mis dedos. Llenaba tu
piel de caminos con mis labios. Te quito el mono que tienes poco a poco, y lo
dejo caer al suelo. Acaricio tus piernas, las beso. Voy de nuevo a tus labios, y
con la intensidad en que me besas sé qué es lo que más deseas. Meto mi mano
dentro de tu ropa interior, y empiezo a acariciar lentamente tu ya mojada
vulva. Gimes. Me fascina verte así. Soy el causante de tal sensación. Después
de unos minutos, introduzco mi dedo poco a poco, y después en lo más profundo
acariciando con delicadeza. Observo tu rostro, que trata de sacar todo lo que
sientes por dentro. Arqueas la espalda. Sigo tocándote, cada vez más rápido. Tus
labios se turnan para besarme y para dejar escapar un gemido. Y de pronto, me
agarras el brazo para que me detenga, y saco con lentitud mis dedos. Acaricio
por última vez tu vulva y retiro mi mano. Me acuestas en la cama, y te encargas
de mí. Empiezas a besar mi pecho ya desnudo. Me quitas el pantalón corto y
sigues besando y haciéndome cariño con tus uñas. Colocas tu mano sobre mi ropa interior,
cerrándola para sujetar el arma que esperaba ser agarrada directamente.
Empiezas a acariciarla lentamente, y me quitas el interior. Me lo sujetas con
tus delicadas manos, y empiezas a abrirlo y cerrarlo. Te gusta verme disfrutar
tanto como yo a ti. Cierro mis ojos, sintiendo apoderándote de mí. Me besas, y
yo de vez en cuando saco un gemido grueso propio de hombre. Me la agarras
con una mano y con la otra aprietas suavemente mis testículos. Y sigues
cargando mi arma, cada vez más gruesa y con venas marcadas. Te veo apretando
los labios, excitada por lo que estás logrando en mí. Y sigues, hasta que
dispara. Pero tus manos siguen cargando, sabiendo que no volverá a disparar de
la manera que lo hizo unos segundos atrás... no por los momentos. Sigues
acariciando mi miembro cada vez más lento. Entonces vas hacia mí y me besas.
Después te acuestas a mi lado y nos volvemos a ver como lo hicimos antes de
habernos tocado uno al otro. No queremos más por los momentos, estamos bien
así. Cierras tus bellos ojos y poco a poco te duermes. Yo sólo te miro hasta
que tu respiración me indica que ya estás dormida. Y verte en ese proceso, me
lleva a mí también. Me voy durmiendo poco a poco, sintiéndome el hombre más
dichoso del planeta.
Fue la luz del Sol lo que me despertó. Respiré profundamente y me estiré.
Giré mi cuerpo para verte, pero no estabas ahí. De hecho, tampoco estaba tu
mono ni la franela. Ni el aroma de tu perfume estaba impregnado en las sábanas.
Me levanté rápidamente de la cama y te busqué por toda la casa. Pasé por la
sala y llegué a la cocina, no estabas; fui al baño, después a la habitación de
mi mamá, vacía, y a la de mi hermana, también vacía; y por último, fui al otro
baño, y nada. Regresé a mi recamara, frustrado y con los ojos anegados en
lágrimas. No estabas ahí, y me di cuenta que nunca estuviste. Estabas en tu
cama, seguro despertándote o durmiendo, quien sabe. Y lloré. Nunca me había
sentido tan solo.
Wallflower.