Me senté en mi cama, con las ventanas abiertas, el
cigarro en la mano derecha y una taza de café en la otra. Mi iPod estaba
reproduciendo una hermosa canción: Every Rose Has Its Thorn. Pensé en el amor,
pero no sentí nada. Había perdido mi amor, pero no a una persona, sino lo que
sentía por dentro. Así que no sentí nada, cuando el momento era perfecto para
sentir y lamentar, algo que habría hecho tiempo atrás. Mis lágrimas por ella habían
llegado al límite. Ya no podía llorar, ni en ese momento ni en ningún otro.
Ahora me quedaba esa sensación de superación, de que al fin lo estaba logrando.
Y no sentí un vacío, porque pensé en lo que vendría. Me imaginé a una chica,
sentada frente a mí, con su guitarra acústica tapándole el desnudo cuerpo, cantándome
esa canción.
Every rose has it's thornJust like every night has it's dawnJust like every cowboy sings his sad, sad songEvery rose has it's Thorn
Apagué mi cigarro y lo lancé por la ventana. Me acerqué a
ella, le quité la guitarra con delicadeza y le di un dulce beso. Ella me agarró
las mejillas y me dio otro. Yo hice lo mismo pero fue más largo y apasionado.
No pensé en el tiempo, que seguía corriendo. Todo para mí se había detenido. Me
fui acostando poco a poco, y ella quedó encima de mí. Seguimos besándonos,
entre espacios de tiempo cuando se escuchaban sus gemidos, nuestra cada vez más
fuerte respiración, y el sonido de nuestros mojados labios moviéndose entre sí.
Nos volteamos, quedando yo arriba. Cada vez estábamos más excitados, pero no
por el sexo, sino por el amor. Los besos y las caricias nos hacían sentir más
unidos y más excitados por tocar cada una de las partes del cuerpo del otro.
Acaricié y besé todo su cuerpo, llenándola de adrenalina y haciéndole gritar lo
que era música para mis oídos. Seguimos entregándonos al otro por un rato más,
hasta que todo lo que nos fue llevando de una cosa a otra terminó en un alto
nivel de éxtasis que me alteró la respiración y a ella los gritos. Entonces me
acosté a su lado, acariciándole el sudado pecho y los erectos pezones. Ella me
veía, y nunca me sentí tan feliz. Por primera vez, el pasado era pasado, el
presente éramos ella y yo, y el futuro… ¿Quién carajo sabía? Así que sonreí, le
besé los labios y cerré mis ojos.
Respiré profundamente… Sonreí ante la oscuridad de mi
habitación y le di un último jalón al cigarro. Me acosté en la cama, pero no me
sentí solo. Porque para eso está la imaginación, para imaginarnos momentos que
queremos tener; y para eso está la vida, para hacer que esos momentos ocurran.
Wallflower.