"Había un solo túnel, oscuro y solitario, el mío". — Ernesto Sabato, El túnel
Había una puerta. Era lo que separaba la Tierra del Infierno. Ella estaba del otro lado, riendo y gozando. En cambio, yo estaba adentro, atormentado. Cuestioné mis sentimientos, mis razones, mis ganas de hacerlo. Recordé el porqué no debía salir y verla, pero aún así no me importó. Sentí mi cuerpo caliente y me sequé una gota de sudor de la frente. Comencé a dar vueltas en la habitación, pensando nada, sintiendo todo. No era amor, era capricho. Del malo. Capricho de algo que no solucionaría mis problemas, que de hecho los empeorará. Me tiré en la cama y hundí mi cabeza en la almohada. No estaba llorando, ni recordé que podía hacerlo y que era experto en eso. Sólo estaba absorto en mis nublados pensamientos. Me paré y decidí salir de una vez. Y ella no estaba, se había ido. No me esperó, porque no recordaba que yo estaba detrás de la puerta. Sólo fui un fantasma que vio pasar. Es todo. Decidí entrar rápido a la habitación de nuevo, lleno de furia. Quería perseguirla y matarla. Quería ahorcarla poco a poco, destruyendo su terrible sonrisa hasta convertirla en una expresión de horror y súplica. Me la imaginé rogándome que la soltara, que la dejara vivir. Pero no tuve compasión, así como ella no tuvo compasión conmigo. Cayó al piso, con los ojos perdidos y un par de lágrimas en sus mejillas, siendo lo único que tenía movimiento en todo su cuerpo. Lo único vivo, y aún así muerto: eran lágrimas de una muerta. La dejé ahí, en el asfalto, vulnerable como la deseaba ver desde que me di cuenta que ella no estaba al lado lado de la puerta. Respiré hondo y sonreí, sorprendido por mis propios pensamientos criminales. Abrí la puerta y entré, pero volví a estar donde estuve unos segundos atrás. Volví a abrir la puerta, entré, y de nuevo estaba ahí. La había matado en mis pensamientos, la había imaginado en el piso con la cara roja y la marca de mis manos en su grueso cuello. Sentí un calor enorme, pero no sudaba. Ya no estaba en la Tierra ni podía estar ahí: ahora pertenecía al infierno. Y ahí me pudriré, con ella, que estaba en una esquina de aquella gran habitación, sentada abrazando sus piernas, llorando por su terrible final. Se lo merecía, pensé. Y ahora nos pudriremos los dos aquí, tú por joderme y yo por no perdonarte. Pero no me importa, perdonarte hubiera sido peor que acabar con tu vida.
Wallflower.
Interesante. Felicitaciones.
ResponderEliminarPor tú escritura, por tus líneas, cada día me enamoro más de ti.
ResponderEliminar