domingo, 18 de agosto de 2013

Melpómene

Cuatro mujeres que vivían en Atenas intentaban seguir las leyes que la Polis dictaba, pero no lo soportaron más. En secreto se reunían en el Gineceo de cada una, turnándose, mientras que sus maridos se reunían junto a otros hombres a charlar sobre filosofía y política. Sus nombres eran Melpómene, Urania, Calíope y Polimnia, y al igual que guardaban el secreto de que se reunían, también dejaban para su intimidad sus opiniones e ideales, muy diferentes a las del resto de los ciudadanos de la comunidad. Una de ellas, Melpómene, amaba escribir. Su sueño más grande era que todos conocieran y respetaran su trabajo y, mejor aún, que hubieran personas que pensaran lo mismo pero que tenían miedo a decirlo. Urania era la fanática del sexo, y su marido en secreto también. Lo hacían prácticamente cada noche, y al día siguiente le contaba a sus amigas alguna nueva anécdota, posición, si llegó al orgasmo o no, etc. Y cuando el marido llegaba cansado y aparentemente manipulado por los demás machistas compañeros, no le quedaba más que una técnica que ella sola descubrió: tocarse su parte íntima. Dicha técnica lo compartió con sus amigas y ellas, menos Polimnia, lo aprobaron, lo hicieron, y al día siguiente contaron qué sintieron. Calíope era la de opiniones duras: cuando opinaba que era así, era así y se acabó. No tenía pelos en la lengua. Decía lo que pensaba. Y por último, Polimnia: la más convencional. Ella era la única de las cuatro que le gustaba un poco la idea de que toda mujer tenía que casarse, tener hijos y en conclusión, tener una familia. Pero sufría en ocasiones porque su marido no le prestaba mucha atención. Las cuatro eran amantes de la moda. Ellas mismas cocían la mayoría de sus ropas, y competían inocentemente de quien llevaba el mejor atuendo.

Un día estaban sentadas alrededor de una mesa, escuchando el último escrito que Melpómene había redactado:
“Sentía su cuerpo muy cerca del mío, sus labios ligeramente abiertos anhelando un beso, su desnudez inmaculada se mostraba ante mí perfecta y sensual. Sentía su respiración acelerarse al igual que los latidos de su corazón. Mi cuerpo caliente al igual que mi alma, la querían poseer; que fuese completamente mía.La tomé entre mis brazos y la besé con una pasión desesperada, sintiendo así su desnudez y su calor.Comencé a acariciarla, no sólo acariciaba su cuerpo sino también cada fragmento de su alma. También le proporcionaba besos a sus ardientes caderas, sus senos rosados, su cómodo pecho, sus piernas suaves, sus brazos delicados...Ella me recorría con sus labios perfectos, acariciando mi espalda, mi abdomen, besándome con ternura. Ambos nos entregamos ciegamente a la locura del amor en aquella cálida noche de y cuando pensamos que moriríamos de éxtasis y placer en aquel ritual sensual, caímos  uno al lado del otro, victimas del cansancio y del amor desesperado.La atraje junto a mí y me acurruqué en su pecho, inhalando su delicado aroma.Al despertar la encontré durmiendo plácidamente, delicada y adorable, bajo las mantas de seda. Cuando abrió sus ojos azules me descubrió mirándola y me sonrió; sin decir una palabra, ambos nos dimos cuenta de que era hora de volver a hacer el amor.”

Las otras tres aplaudieron, enamoradas de cada palabra que acababan de escuchar. Melpómene sonrojada, les agradeció. Entonces, a Urania se le ocurrió algo: escribir varias copias de tal escrito y colocarlas en la calle con su inicial (M.) como firma. Ellas se vieron unas a las otras, encantadas de tal idea. Así que ese día y el siguiente lo dedicaron a escribir y escribir copias de “Mi Hedoné inmaculada”.

Al otro día, salieron a la calle con la excusa de que iban a cumplir funciones religiosas. Se llevaron las copias y se las fueron entregando a otras mujeres, pero aun así, les sobraron. Fueron separadas a colocarlas en bancos, mesas, etc. Y después se volvieron a encontrar en el Gineceo de Polimnia. Se rieron por lo que acabaron de hacer, y como ya era tarde, se despidieron y una a una fue saliendo de la casa de la amiga.

Melpómene llegó a su casa con el corazón agitado que, aunque no tenía su nombre completo como firma en su escrito y no le iban a dar el mérito (pero era mejor así porque si no se arriesgaría), significaba que al menos una persona fuera de sus tres amigas leería sus palabras.

Al día siguiente estaban reunidas en la casa de Melpómene. Fue la primera reunión intensa que tuvieron desde que Urania y Polimnia discutieron. Hablaban de unas cosas, pero al final terminaban hablando de las copias de “Mi Hedoné inmaculada”. Transcurrió la tarde, las chicas se fueron, y ella quedó sola con los sirvientes.

  —No es que estaba esperando algo, que todo el mundo hablara de ese o esa tal M., pero el hecho de no recibir nada me sorprendió— Pensó.

Pero cuando llegó su marido, todo cambió. Le empezó a contar que toda Atenas estaba enamorada de un pequeño escrito de un tal M.:

  —Ese tal M. es un genio. Cuando escuché que alguien había escrito un pequeño pero grandioso texto, no me importó mucho, de hecho, pensé que era cualquier cosa, pero estaba equivocado: lo leí y quedé tan enamorado de esas palabras. Ahora caigo en la desesperación, tantos hombres que veo allá afuera y no sé quién es “M.”. Me encantaría saberlo. ¿Cómo me vería yo siendo el mejor amigo de él? Discutiríamos de filosofía, y hasta imagínate que pida mi opinión para sus próximos escritos. Pero más que “Mi Hedoné inmaculada”, creo que el hecho de que sea anónimo es lo que nos tiene locos a todos los atenienses. Ten, léelo. Yo me iré a escribir. ¡Quedé tan inspirado!— Le contó.

Ella lo leyó como si realmente fuera un escrito de alguien más. Y no podía esperar para contárselo a sus amigas. Así que al día siguiente, en la casa de Calíope, ella llegó agitada a contarles. Las otras tres ya estaban sentadas y cuando la vieron, gritaron de la emoción. Melpómene también gritó. Se sentó, y les contó lo que su esposo le dijo la noche pasada.

  —Y me lo dio para leerlo, como si yo no tuviera idea— Se rio. —Si él supiera la verdad. Me encantaría verle la cara. Hasta admitió que quedó inspirado y se fue a escribir. ¡Imagínense! El hombre que no admite inspirarse de algún otro escrito, de otro filósofo, que todas las ideas y momentos de inspiración le llegan solo… ¡dijo que se inspiró en M.!—.
  —Qué bien amiga, demostraste en secreto el poder femenino. Nosotras sí podemos hacer mejores cosas que los hombres. Él admitió que se inspiró de ese escrito, de aquel escritor, sin saber que es una mujer, y mucho mejor que eres tú— dijo Urania.
  —Impresionante— dijo Calíope.
  —Totalmente— comentó Polimnia.
  —Ahora debería trabajar en otro escrito. ¿No les parece? — todas asintieron. —Pero… ¿de qué? Me gustaría escribir sobre una situación actual. Saben, otro revuelo, y así empezar a sembrar mi sueño de que todos lean mis pensamientos y que aquellas personas que opinan lo mismo pero tienen miedo de decirlo se identifiquen.
  —Puede ser— dijo Calíope. —Pero para no ganarte el odio de los atenientes, puedes escribir sobre otra Polis. ¿Qué tal sobre Esparta? ¿Vieron lo que le hacen a esos pobres niños que nacen con algún problema? ¡Es horrible!—.
  —Sí, sé sobre eso. Escuché a mi esposo decir que los abandonaban en montañas o en el campo hasta que se muriesen o fueran devorados por algún animal salvaje. ¡Terrible!— dijo Melpómene.
  —Pues ahí tienes tu escrito amiga: “Esparta: ¿una Polis o el mismo infierno?”— dijo Urania.

Melpómene se fue a su casa al finalizar la reunión pensando en lo que escribiría. Y así estuvo toda la noche: pensando. Y a la mañana siguiente, en casa de Polimnia, plasmó todo lo que había pensado. Al terminar, se lo leyó a sus amigas:

  —En la terrible y rígida comunidad (si es que se le puede llamar así) de Esparta, no aceptan los sentimientos. Ya sabemos por qué son tan buenos militares: ejercitan sólo el cuerpo y no la inteligencia. Desde que nacen, los crían como muñecos manipulados. Pero, ¿ustedes saben la realidad? ¿La horrible realidad? Si un bebé es rechazado en Atenas, el padre lo expone en un sitio público, y alguien lo coge por compasión, para aceptarlo en su familia o para criarlo como esclavo de la familia. Pero en Esparta, los abandonan en montañas o en el campo hasta que se mueran. ¿Eso lo permitiríamos nosotros los atenienses? ¡Claro que no! La idea y obligación principal es tener hijos para mantener y seguir la especie de la familia, para que celebren el ritual de muerte de su padre y para que le sustituyan después de morir. Todo esto es necesario para que todos podamos vivir felices después de la muerte. Y es entonces cuando no puedo evitar preguntarme: Esparta, ¿una Polis o el mismo infierno?

M. —.
Ellas le aplaudieron.

  —Me encanta— dijo Urania.
  —A mí también— dijo Calíope.
  —Es fantástico— dijo Polimnia.

Y empezaron a escribir las copias. Las hicieron en lo que quedaba de tarde y al día siguiente. Y cuando las tenían listas, cada una se fue a su casa y esperaron al próximo amanecer para reunirse y entregar las copias. Esta vez lo hicieron con más cuidado pues no querían quedar como sospechosas. Cuando ya habían terminado, cada una se fue a su casa con la expectativa de que algo diferente pasara al día siguiente.

Y así fue. Al finalizar la tarde, cuando el marido de Melpómene apareció, ella se enteró de todo:

  —Qué escándalo aquel nuevo escrito de “M.”. Hoy lo leí y puedo jurar que fui uno de los primeros que lo leyó. “Esparta: ¿una Polis o el mismo infierno?”. ¡Grandioso escrito! Le mando mis felicitaciones a “M.” a través de los dioses. ¡Si tan sólo lo conociera! Y opino que este nuevo escrito será aplaudido por todos los atenientes. Después de todo el esfuerzo para recuperar nuestro estado después de la Guerra, es hora de leer algo que nos haga reír por aquella sociedad ignorante pero que también nos haga sentir superiores pues nosotros no pensamos de esa rebajada manera—.

Cuando amaneció, las chicas se reunieron en el Gineceo de Melpómene. Esta les contó todo lo que su marido dijo.

  —Y así como escuchan chicas, parece que a toda Atenas le encantó el escrito—.
  —De nuevo felicidades, querida. Ya te había dicho yo que tienes talento— le dijo Calíope.

Melpómene sonrió, y el día siguió normalmente: hablando de esto y de aquello, riendo y contando anécdotas.

Pero había algo que ellas y todo el estado ignoraba: el escrito se había corrido hasta llegar a las Polis que rodeaban Atenas. Y siguió corriéndose, hasta llegar a Esparta. Los reyes al enterarse, entraron en un estado de cólera tal, que sentenciaron la destrucción total de Atenas. ¿Cómo iban a burlarse de su sociedad? Y anunciaron que tres mil hombres espartanos iban a ir de sorpresa a destruir aquel estado. Todos se prepararon, e iniciaron el viaje.

Mientras estos andaban, las otras Polis iban enterándose. Y así como el escrito de M. llegó a Esparta, el plan de Guerra que estos cumplirían se corrió a Atenas. Y el gobernante de aquel momento, asustado y sorprendido, mandó a comprar Hoplitas para combatir a favor de la Polis. Se reunieron mil hoplitēs, y estos esperaban a los militares espartanos en la entrada de Atenas.

Melpómene, Urania, Calíope y Polimnia entraron en crisis, sobre todo la primera. El esposo de ella ya no apoyaba a “M.”, de hecho, ninguno de los que antes se enamoraron de sus palabras lo apoyaba. Parece que todos se olvidaron de que en algún momento sintieron admiración por él o ella.
  —Ahora, por culpa de M., Atenas se convertirá en ruinas. Y esto no es permitido, ¡claro que no! Esto no es Areté, M. no es perfección— se decían los atenienses unos a los otros.
  —Por culpa de él, ahora Atenas está de nuevo en peligro. Sabemos cómo son las cosas: los espartanos terminarán destruyéndonos—.

En una de las reuniones, en casa de Urania, Melpómene lloró de tal manera que sintió que jamás dejaría de hacerlo. Las amigas le acariciaban el cabello y la espalda, diciéndole frases para ayudarla.
  —Cariño, tú no sabías que esto pasaría. No es tu culpa— le decía Urania.

Pero nada podía hacerla sentir mejor. Estar con sus amigas, escribir y leer era lo único que la distraía un poco. El resto, nada. Le tenía miedo a la soledad. Sentía que había acabado con su Polis. Morirían personas, familias quedarían incompletas y se destruirían edificios por su culpa.

Y así pasaron los días, hasta que los espartanos llegaron a Atenas. Sin detenerse, fueron y atacaron sin piedad. Lo que se dictó fue claro: “destruyan Atenas”. Melpómene entró en una depresión tan grande, que veía la muerte como su única salvación.

Como había previsto su marido, Atenas iba perdiendo. Algunos Hoplitas se retiraron, y ya quedaban muy pocos. Muchas estructuras se habían convertido en escombros, incluyendo oikos. Como había pensado, varias familias quedaron incompletas. Algunos maridos dieron su vida por su Polis. Y las horas continuaban, pero parecía que Atenas no.

Al día siguiente de que comenzó la guerra, Urania, Calíope y Polimnia la visitaron. La encontraron sentada en su Gineceo, callada y viendo el suelo. Se acercaron a ella.
  — ¿Qué piensas cariño?— le preguntó Polimnia.
Melpómene respiró hondo, pero no respondió. Sus amigas se quedaron calladas viéndola y viéndose a sí mismas, hasta que les sorprendió la voz de su amiga.
  —Aunque estaba en contra del sistema, no quería que destruyeran mi estado. Mi bella comunidad, tanto que le costó recuperarse. Tantos hombres han muerto en pocas horas, tantas familias que han quedado con espacios vacíos, todo por mi culpa. Es increíble lo que unas pocas palabras pueden hacer. Yo me pregunto, ¿por qué reaccionan cuando se trata de algo que tenga que ver con guerra, con matanza, con beneficio propio? ¿Por qué las personas no actúan igual cuando se trata de igualdad, de amor, de respeto, de cariño, de sabiduría, de unión? ¿Qué pasa que no hay un verdadero avance? Pero más que luchar por mis ideales, tengo que pagar lo que hice. Pero me iré de este mundo siendo yo. No me arrepiento de lo que escribí, de lo que pienso. Porque no hay peor muerte que morir siendo alguien que realmente no eres. Adiós amigas, no tienen idea del agradecimiento tan grande que siento por haberlas conocido. Las quiero. Y por favor, no me detengan—.

Dicho eso, se levantó y caminó hacia la puerta de la casa. Sus amigas, desconcertadas, la persiguieron llamándola:
  —Melpómene, ¿a dónde vas? ¡Vuelve!—, gritó Calíope.

Pero Melpómene seguía caminando. No dejaban de seguirla, cuidándola. Ningún guerrero hizo caso de ellas, todos estaban ocupados con sus enemigos. Y siguieron caminando, hasta llegar al Ágora, donde más intensa estaba la disputa. Melpómene se detuvo, dio un lento y profundo suspiro, se secó una lágrima, y gritó como nunca lo había hecho. Todos los que se encontraban a su alrededor se detuvieron, impactados.
  — ¡Detengan la guerra! — gritó Melpómene.

Todos fueron hacia ella, algunos con intención de matarla sin compasión para seguir con la destrucción de Atenas. Sus amigas dándose cuenta de eso, se colocaron delante de ellas y Urania gritó:
  —Si la van a matar, nos matan a nosotras tres también—.
Los demás que estaban regados por la Polis se iban dando cuenta de que sus compañeros dejaban de pelear y se dirigían al Ágora, así que ellos hicieron lo mismo (algunos aprovechando la distracción del otro para matarlo) hasta que todos los guerreros se encontraban alrededor de las cuatro amigas.
  —Hay algo que tienen que saber—. Gritó Melpómene. — Ustedes los espartanos se enteraron de que aquí en Atenas estaban burlándose de su sociedad, pues así fue. Pero no fue Atenas, fui yo. Yo soy quien escribió aquel texto, yo soy “M.”—. Todos se miraron. Hubo un encuentro de sentimientos en los atenienses: molestos con Melpómene y a la vez sorprendidos por quien había escrito aquellos dos increíbles textos—. Moriré por culpa de sus mentalidades, porque ustedes no aceptan una mente diferente. Todo tiene que ser igual, según ustedes todos tenemos que tener los mismos pensamientos. Pues se equivocan, todos somos diferentes. Pensamos y sentimos diferentes a los demás. Y así, con respeto, es que se logra la civilización. Y ahora moriré, seré castigada severamente por mis palabras, por creer en mis ideales. Pero prefiero morir, que ver a mi comunidad caer así. Pero que una cosa les quede claro, moriré siendo yo. Porque hasta mi último suspiro de vida seguiré creyendo en que las mujeres no deben limitarse a estar en el dominio familiar. ¡Las mujeres merecemos estar en la calle, compartiendo con amigas escritos, lecturas y opiniones! ¡Nosotras tenemos la capacidad suficiente para hablar con sabiduría y entablar temas como la filosofía y la política! ¡Ustedes los hombres son las mentes cerradas! Y para que se den cuenta… ¡Fue una mujer la que causó todo esto! ¡Fue una mujer la que inspiró a muchos hombres! Seguiré pensando que debemos enamorarnos, debemos tener a esa persona que nos cuide de verdad, que nos ame en la salud y en la enfermedad. Y escuchen bien esto espartanos, hasta mi último suspiro de vida seguiré creyendo firmemente que su comunidad es un desastre total—.

Y fue justo en este momento que la espada de un espartano se introdujo en el cuerpo de Melpómene. Urania, Calíope y Polimnia se agarraron las manos, las subieron y gritaron:
— ¡Por Melpómene! —. Siendo sus últimas palabras de vida. Y como ya la causante de aquella guerra murió, los militares de Esparta dieron fin a la disputa y se retiraron a su Polis. Y Atenas quedó destruida, pero no por todo lo que la guerra se llevó, sino porque murió una valiente mujer que defendió sus ideales hasta la muerte.

Créditos a mi amiga Gabriela Gonzalez Pena por “Mi Hedoné inmaculada”, título original “Mi Venus inmaculada”.

Wallflower.

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