Cuatro mujeres que vivían en Atenas
intentaban seguir las leyes que la Polis dictaba, pero no lo soportaron más. En
secreto se reunían en el Gineceo de cada una, turnándose, mientras que sus
maridos se reunían junto a otros hombres a charlar sobre filosofía y política. Sus
nombres eran Melpómene, Urania, Calíope y Polimnia, y al igual que guardaban el
secreto de que se reunían, también dejaban para su intimidad sus opiniones e
ideales, muy diferentes a las del resto de los ciudadanos de la comunidad. Una
de ellas, Melpómene, amaba escribir. Su sueño más grande era que todos
conocieran y respetaran su trabajo y, mejor aún, que hubieran personas que
pensaran lo mismo pero que tenían miedo a decirlo. Urania era la fanática del
sexo, y su marido en secreto también. Lo hacían prácticamente cada noche, y al
día siguiente le contaba a sus amigas alguna nueva anécdota, posición, si llegó
al orgasmo o no, etc. Y cuando el marido llegaba cansado y aparentemente
manipulado por los demás machistas compañeros, no le quedaba más que una
técnica que ella sola descubrió: tocarse su parte íntima. Dicha técnica lo
compartió con sus amigas y ellas, menos Polimnia, lo aprobaron, lo hicieron, y
al día siguiente contaron qué sintieron. Calíope era la de opiniones duras:
cuando opinaba que era así, era así y se acabó. No tenía pelos en la lengua.
Decía lo que pensaba. Y por último, Polimnia: la más convencional. Ella era la
única de las cuatro que le gustaba un poco la idea de que toda mujer tenía que
casarse, tener hijos y en conclusión, tener una familia. Pero sufría en ocasiones
porque su marido no le prestaba mucha atención. Las cuatro eran amantes de la
moda. Ellas mismas cocían la mayoría de sus ropas, y competían inocentemente de
quien llevaba el mejor atuendo.
Un día estaban sentadas alrededor de una
mesa, escuchando el último escrito que Melpómene había redactado:
“Sentía su cuerpo muy cerca del mío, sus labios
ligeramente abiertos anhelando un beso, su desnudez inmaculada se mostraba ante
mí perfecta y sensual. Sentía su respiración acelerarse al igual que los
latidos de su corazón. Mi cuerpo caliente al igual que mi alma, la querían poseer;
que fuese completamente mía.La tomé entre mis brazos y la besé con una pasión
desesperada, sintiendo así su desnudez y su calor.Comencé a acariciarla, no sólo acariciaba su cuerpo sino
también cada fragmento de su alma. También le proporcionaba besos a sus
ardientes caderas, sus senos rosados, su cómodo pecho, sus piernas suaves, sus
brazos delicados...Ella me recorría con sus labios perfectos, acariciando mi
espalda, mi abdomen, besándome con ternura. Ambos nos entregamos ciegamente a
la locura del amor en aquella cálida noche de y cuando pensamos que moriríamos
de éxtasis y placer en aquel ritual sensual, caímos uno al lado del otro, victimas del cansancio
y del amor desesperado.La atraje junto a mí y me acurruqué en su pecho,
inhalando su delicado aroma.Al despertar la encontré durmiendo plácidamente, delicada
y adorable, bajo las mantas de seda. Cuando abrió sus ojos azules me descubrió
mirándola y me sonrió; sin decir una palabra, ambos nos dimos cuenta de que era
hora de volver a hacer el amor.”
Las otras
tres aplaudieron, enamoradas de cada palabra que acababan de escuchar. Melpómene
sonrojada, les agradeció. Entonces, a Urania se le ocurrió algo: escribir
varias copias de tal escrito y colocarlas en la calle con su inicial (M.) como
firma. Ellas se vieron unas a las otras, encantadas de tal idea. Así que ese
día y el siguiente lo dedicaron a escribir y escribir copias de “Mi Hedoné inmaculada”.
Al otro
día, salieron a la calle con la excusa de que iban a cumplir funciones
religiosas. Se llevaron las copias y se las fueron entregando a otras mujeres,
pero aun así, les sobraron. Fueron separadas a colocarlas en bancos, mesas,
etc. Y después se volvieron a encontrar en el Gineceo de Polimnia. Se rieron por
lo que acabaron de hacer, y como ya era tarde, se despidieron y una a una fue
saliendo de la casa de la amiga.
Melpómene llegó a su casa con el corazón
agitado que, aunque no tenía su nombre completo como firma en su escrito y no
le iban a dar el mérito (pero era mejor así porque si no se arriesgaría),
significaba que al menos una persona fuera de sus tres amigas leería sus
palabras.
Al día siguiente estaban reunidas en la
casa de Melpómene. Fue la primera reunión intensa que tuvieron desde que Urania
y Polimnia discutieron. Hablaban de unas cosas, pero al final terminaban
hablando de las copias de “Mi Hedoné inmaculada”. Transcurrió la tarde, las
chicas se fueron, y ella quedó sola con los sirvientes.
—No
es que estaba esperando algo, que todo el mundo hablara de ese o esa tal M.,
pero el hecho de no recibir nada me sorprendió— Pensó.
Pero cuando llegó su marido, todo cambió.
Le empezó a contar que toda Atenas estaba enamorada de un pequeño escrito de un
tal M.:
—Ese
tal M. es un genio. Cuando escuché que alguien había escrito un pequeño pero
grandioso texto, no me importó mucho, de hecho, pensé que era cualquier cosa,
pero estaba equivocado: lo leí y quedé tan enamorado de esas palabras. Ahora
caigo en la desesperación, tantos hombres que veo allá afuera y no sé quién es “M.”.
Me encantaría saberlo. ¿Cómo me vería yo siendo el mejor amigo de él?
Discutiríamos de filosofía, y hasta imagínate que pida mi opinión para sus
próximos escritos. Pero más que “Mi Hedoné inmaculada”, creo que el hecho de
que sea anónimo es lo que nos tiene locos a todos los atenienses. Ten, léelo.
Yo me iré a escribir. ¡Quedé tan inspirado!— Le contó.
Ella lo leyó como si realmente fuera un
escrito de alguien más. Y no podía esperar para contárselo a sus amigas. Así
que al día siguiente, en la casa de Calíope, ella llegó agitada a contarles.
Las otras tres ya estaban sentadas y cuando la vieron, gritaron de la emoción.
Melpómene también gritó. Se sentó, y les contó lo que su esposo le dijo la
noche pasada.
—Y
me lo dio para leerlo, como si yo no tuviera idea— Se rio. —Si él supiera la
verdad. Me encantaría verle la cara. Hasta admitió que quedó inspirado y se fue
a escribir. ¡Imagínense! El hombre que no admite inspirarse de algún otro
escrito, de otro filósofo, que todas las ideas y momentos de inspiración le
llegan solo… ¡dijo que se inspiró en M.!—.
—Qué
bien amiga, demostraste en secreto el poder femenino. Nosotras sí podemos hacer
mejores cosas que los hombres. Él admitió que se inspiró de ese escrito, de
aquel escritor, sin saber que es una mujer, y mucho mejor que eres tú— dijo
Urania.
—Impresionante— dijo Calíope.
—Totalmente— comentó Polimnia.
—Ahora
debería trabajar en otro escrito. ¿No les parece? — todas asintieron. —Pero…
¿de qué? Me gustaría escribir sobre una situación actual. Saben, otro revuelo,
y así empezar a sembrar mi sueño de que todos lean mis pensamientos y que
aquellas personas que opinan lo mismo pero tienen miedo de decirlo se
identifiquen.
—Puede ser— dijo Calíope. —Pero para no ganarte el odio de los
atenientes, puedes escribir sobre otra Polis. ¿Qué tal sobre Esparta? ¿Vieron
lo que le hacen a esos pobres niños que nacen con algún problema? ¡Es horrible!—.
—Sí,
sé sobre eso. Escuché a mi esposo decir que los abandonaban en montañas o en el
campo hasta que se muriesen o fueran devorados por algún animal salvaje.
¡Terrible!— dijo Melpómene.
—Pues
ahí tienes tu escrito amiga: “Esparta: ¿una Polis o el mismo infierno?”— dijo
Urania.
Melpómene se fue a su casa al finalizar la
reunión pensando en lo que escribiría. Y así estuvo toda la noche: pensando. Y
a la mañana siguiente, en casa de Polimnia, plasmó todo lo que había pensado.
Al terminar, se lo leyó a sus amigas:
—En
la terrible y rígida comunidad (si es que se le puede llamar así) de Esparta,
no aceptan los sentimientos. Ya sabemos por qué son tan buenos militares:
ejercitan sólo el cuerpo y no la inteligencia. Desde que nacen, los crían como
muñecos manipulados. Pero, ¿ustedes saben la realidad? ¿La horrible realidad? Si
un bebé es rechazado en Atenas, el padre lo expone en un sitio público, y
alguien lo coge por compasión, para aceptarlo en su familia o para criarlo como
esclavo de la familia. Pero en Esparta, los abandonan en montañas o en el campo
hasta que se mueran. ¿Eso lo permitiríamos nosotros los atenienses? ¡Claro que
no! La idea y obligación principal es tener hijos para mantener y seguir la
especie de la familia, para que celebren el ritual de muerte de su padre y para
que le sustituyan después de morir. Todo esto es necesario para que todos
podamos vivir felices después de la muerte. Y es entonces cuando no puedo
evitar preguntarme: Esparta, ¿una Polis o el mismo infierno?
M. —.
Ellas le aplaudieron.
—Me
encanta— dijo Urania.
—A
mí también— dijo Calíope.
—Es
fantástico— dijo Polimnia.
Y empezaron a escribir las copias. Las
hicieron en lo que quedaba de tarde y al día siguiente. Y cuando las tenían
listas, cada una se fue a su casa y esperaron al próximo amanecer para reunirse
y entregar las copias. Esta vez lo hicieron con más cuidado pues no querían
quedar como sospechosas. Cuando ya habían terminado, cada una se fue a su casa con
la expectativa de que algo diferente pasara al día siguiente.
Y así fue. Al finalizar la tarde, cuando el
marido de Melpómene apareció, ella se enteró de todo:
—Qué
escándalo aquel nuevo escrito de “M.”. Hoy lo leí y puedo jurar que fui uno de
los primeros que lo leyó. “Esparta: ¿una Polis o el mismo infierno?”.
¡Grandioso escrito! Le mando mis felicitaciones a “M.” a través de los dioses.
¡Si tan sólo lo conociera! Y opino que este nuevo escrito será aplaudido por
todos los atenientes. Después de todo el esfuerzo para recuperar nuestro estado
después de la Guerra, es hora de leer algo que nos haga reír por aquella
sociedad ignorante pero que también nos haga sentir superiores pues nosotros no
pensamos de esa rebajada manera—.
Cuando amaneció, las chicas se reunieron en
el Gineceo de Melpómene. Esta les contó todo lo que su marido dijo.
—Y
así como escuchan chicas, parece que a toda Atenas le encantó el escrito—.
—De
nuevo felicidades, querida. Ya te había dicho yo que tienes talento— le dijo Calíope.
Melpómene sonrió, y el día siguió
normalmente: hablando de esto y de aquello, riendo y contando anécdotas.
Pero había algo que ellas y todo el estado
ignoraba: el escrito se había corrido hasta llegar a las Polis que rodeaban
Atenas. Y siguió corriéndose, hasta llegar a Esparta. Los reyes al enterarse,
entraron en un estado de cólera tal, que sentenciaron la destrucción total de
Atenas. ¿Cómo iban a burlarse de su sociedad? Y anunciaron que tres mil hombres
espartanos iban a ir de sorpresa a destruir aquel estado. Todos se prepararon,
e iniciaron el viaje.
Mientras estos andaban, las otras Polis
iban enterándose. Y así como el escrito de M. llegó a Esparta, el plan de
Guerra que estos cumplirían se corrió a Atenas. Y el gobernante de aquel
momento, asustado y sorprendido, mandó a comprar Hoplitas para combatir a favor
de la Polis. Se reunieron mil hoplitēs, y estos esperaban a los militares
espartanos en la entrada de Atenas.
Melpómene, Urania, Calíope y Polimnia
entraron en crisis, sobre todo la primera. El esposo de ella ya no apoyaba a “M.”,
de hecho, ninguno de los que antes se enamoraron de sus palabras lo apoyaba.
Parece que todos se olvidaron de que en algún momento sintieron admiración por
él o ella.
—Ahora, por culpa de M., Atenas se convertirá en ruinas. Y esto no es
permitido, ¡claro que no! Esto no es Areté, M. no es perfección— se decían los
atenienses unos a los otros.
—Por
culpa de él, ahora Atenas está de nuevo en peligro. Sabemos cómo son las cosas:
los espartanos terminarán destruyéndonos—.
En una de las reuniones, en casa de Urania,
Melpómene lloró de tal manera que sintió que jamás dejaría de hacerlo. Las
amigas le acariciaban el cabello y la espalda, diciéndole frases para ayudarla.
—Cariño,
tú no sabías que esto pasaría. No es tu culpa— le decía Urania.
Pero nada podía hacerla sentir mejor. Estar
con sus amigas, escribir y leer era lo único que la distraía un poco. El resto,
nada. Le tenía miedo a la soledad. Sentía que había acabado con su Polis.
Morirían personas, familias quedarían incompletas y se destruirían edificios
por su culpa.
Y así pasaron los días, hasta que los
espartanos llegaron a Atenas. Sin detenerse, fueron y atacaron sin piedad. Lo
que se dictó fue claro: “destruyan
Atenas”. Melpómene entró en una depresión tan grande, que veía la muerte
como su única salvación.
Como había previsto su marido, Atenas iba
perdiendo. Algunos Hoplitas se retiraron, y ya quedaban muy pocos. Muchas
estructuras se habían convertido en escombros, incluyendo oikos. Como había
pensado, varias familias quedaron incompletas. Algunos maridos dieron su vida
por su Polis. Y las horas continuaban, pero parecía que Atenas no.
Al día siguiente de que comenzó la guerra, Urania,
Calíope y Polimnia la visitaron. La encontraron sentada en su Gineceo, callada
y viendo el suelo. Se acercaron a ella.
— ¿Qué
piensas cariño?— le preguntó Polimnia.
Melpómene respiró hondo, pero no respondió.
Sus amigas se quedaron calladas viéndola y viéndose a sí mismas, hasta que les sorprendió
la voz de su amiga.
—Aunque
estaba en contra del sistema, no quería que destruyeran mi estado. Mi bella
comunidad, tanto que le costó recuperarse. Tantos hombres han muerto en pocas
horas, tantas familias que han quedado con espacios vacíos, todo por mi culpa.
Es increíble lo que unas pocas palabras pueden hacer. Yo me pregunto, ¿por qué reaccionan
cuando se trata de algo que tenga que ver con guerra, con matanza, con
beneficio propio? ¿Por qué las personas no actúan igual cuando se trata de igualdad,
de amor, de respeto, de cariño, de sabiduría, de unión? ¿Qué pasa que no hay un
verdadero avance? Pero más que luchar por mis ideales, tengo que pagar lo que
hice. Pero me iré de este mundo siendo yo. No me arrepiento de lo que escribí,
de lo que pienso. Porque no hay peor muerte que morir siendo alguien que
realmente no eres. Adiós amigas, no tienen idea del agradecimiento tan grande
que siento por haberlas conocido. Las quiero. Y por favor, no me detengan—.
Dicho eso, se levantó y caminó hacia la
puerta de la casa. Sus amigas, desconcertadas, la persiguieron llamándola:
—Melpómene,
¿a dónde vas? ¡Vuelve!—, gritó Calíope.
Pero Melpómene seguía caminando. No dejaban
de seguirla, cuidándola. Ningún guerrero hizo caso de ellas, todos estaban
ocupados con sus enemigos. Y siguieron caminando, hasta llegar al Ágora, donde
más intensa estaba la disputa. Melpómene se detuvo, dio un lento y profundo
suspiro, se secó una lágrima, y gritó como nunca lo había hecho. Todos los que
se encontraban a su alrededor se detuvieron, impactados.
— ¡Detengan
la guerra! — gritó Melpómene.
Todos fueron hacia ella, algunos con
intención de matarla sin compasión para seguir con la destrucción de Atenas.
Sus amigas dándose cuenta de eso, se colocaron delante de ellas y Urania gritó:
—Si
la van a matar, nos matan a nosotras tres también—.
Los demás que estaban regados por la Polis
se iban dando cuenta de que sus compañeros dejaban de pelear y se dirigían al
Ágora, así que ellos hicieron lo mismo (algunos aprovechando la distracción del
otro para matarlo) hasta que todos los guerreros se encontraban alrededor de
las cuatro amigas.
—Hay
algo que tienen que saber—. Gritó Melpómene. — Ustedes los espartanos se
enteraron de que aquí en Atenas estaban burlándose de su sociedad, pues así fue.
Pero no fue Atenas, fui yo. Yo soy quien escribió aquel texto, yo soy “M.”—. Todos
se miraron. Hubo un encuentro de sentimientos en los atenienses: molestos con
Melpómene y a la vez sorprendidos por quien había escrito aquellos dos
increíbles textos—. Moriré por culpa de sus mentalidades, porque ustedes no
aceptan una mente diferente. Todo tiene que ser igual, según ustedes todos
tenemos que tener los mismos pensamientos. Pues se equivocan, todos somos
diferentes. Pensamos y sentimos diferentes a los demás. Y así, con respeto, es
que se logra la civilización. Y ahora moriré, seré castigada severamente por
mis palabras, por creer en mis ideales. Pero prefiero morir, que ver a mi
comunidad caer así. Pero que una cosa les quede claro, moriré siendo yo. Porque
hasta mi último suspiro de vida seguiré creyendo en que las mujeres no deben
limitarse a estar en el dominio familiar. ¡Las mujeres merecemos estar en la
calle, compartiendo con amigas escritos, lecturas y opiniones! ¡Nosotras
tenemos la capacidad suficiente para hablar con sabiduría y entablar temas como
la filosofía y la política! ¡Ustedes los hombres son las mentes cerradas! Y
para que se den cuenta… ¡Fue una mujer la que causó todo esto! ¡Fue una mujer
la que inspiró a muchos hombres! Seguiré pensando que debemos enamorarnos,
debemos tener a esa persona que nos cuide de verdad, que nos ame en la salud y
en la enfermedad. Y escuchen bien esto espartanos, hasta mi último suspiro de
vida seguiré creyendo firmemente que su comunidad es un desastre total—.
Y fue justo en este momento que la espada
de un espartano se introdujo en el cuerpo de Melpómene. Urania, Calíope y
Polimnia se agarraron las manos, las subieron y gritaron:
— ¡Por Melpómene! —. Siendo sus últimas
palabras de vida. Y como ya la causante de aquella guerra murió, los militares
de Esparta dieron fin a la disputa y se retiraron a su Polis. Y Atenas quedó
destruida, pero no por todo lo que la guerra se llevó, sino porque murió una
valiente mujer que defendió sus ideales hasta la muerte.
Créditos a mi amiga Gabriela Gonzalez Pena
por “Mi Hedoné inmaculada”, título original “Mi Venus inmaculada”.
Wallflower.