Estas dos narraciones las escribí hace muchísimo tiempo, así que quizás tanto la temática como el uso de las palabras no alcancen las expectativas. Sin embargo considero que merecen ser publicadas. Aquí están:
Santiago
¡Los besos de Santiago! Tan
suaves, tan delicados, tan provocativos. Sus labios son el camino de la locura
el cual yo he recorrido cientos de veces. No hay beso de Santiago que no me
haga enloquecer. Su sonrisa, perfecta y
deslumbrante, me hace viajar por un universo esplendoroso. Aquella boca tan
carnosa en verdad que es mi delirio.
Santiago, con sus rulitos dorados
y sus labios deseables. Me pregunto acaso, si es posible ser más feliz de lo
que se es estando con Santiago.
Es una tarde fresca, estamos los
dos juntos en la azotea de su edificio. Me mira sonriente, yo le sonrío. Nos
asomamos por el muro para observar el atardecer mientras estamos abrazados,
me sujeta por el mentón y comienza a besarme dulcemente. Me carga por la cintura y me
sienta en el muro mientras sigue besándome. Siento que
sonríe, puedo sentir su sonrisa sobre mis labios.
Estaba tan perdida en aquel beso y en
aquella hermosa tarde, que no me percaté del
empujón que me dio Santiago, haciéndome caer del muro 10 pisos abajo.
Mientras caía, veía como Santiago
sonreía… Le sonreí también.
El último Boleto.
Y recuerdo los gritos de las
personas horrorizadas y mi cuerpo
desmembrado en las vías del tren.
“Un último boleto, sólo de ida.”
Pensaba, "El último boleto que he de comprar en esta vida." Sin destino fijo, sólo con un
objetivo: desaparecer de la faz de la tierra.
Coloqué el boleto en el
torniquete. Me sudaban las manos, me temblaban las piernas.
“Mas nunca volveré a sentir sus
labios, más nunca volveré a sentir su corazón latir, más nunca veré su sonrisa.
Más nunca veré su cuerpo extendido a mi lado en las noches. Su olor, su
respiración, el color rosado de sus mejillas…Color que más nunca volverá”
Bajé con lentitud las escaleras.
“No hay prisa, no necesito ser puntual
con la muerte”
La conocí cuando todavía
estudiaba, recuerdo el primer día que la vi: sus ojitos grises, su sonrisa
risueña, su forma de caminar… No tenía a nadie, sólo su compañía y con eso me
bastaba. Mi mejor amiga, mi compañera, mi amante. Salía tarde de la casa, lo
recuerdo, iba a llegar tarde al trabajo por culpa mía pues le había pedido que
se quedara acurrucada a mi un rato más, que aprovechara que estaba lloviendo.
Quizás si ella hubiera salido a
la hora adecuada, si yo no la hubiese retrasado…
Risueña y ensimismada, taciturna
y meditabunda, cruzaba la calle con sus libros en el regazo y no se percató
del automóvil que, por negligencia del
conductor, no había frenado cuando el semáforo lo indicaba. No pude despedirme
de ella, me la arrancaron de mi lado. Mi única compañera, mi única familia.
No podía vivir con la culpa,
después de todo había dos culpables: yo, ingenuo, estúpido, por quererla más
tiempo a mi lado. Y el personaje para el cual no encuentro calificativos: el
conductor.
Necesitaba primero acabar con el.
El hombre había escapado al ver que ella no mostraba signos vitales, descubrió
al fin las consecuencias de sus actos, se montó de nuevo en el auto y huyó. Lo
que el hombre no sabía era que varias personas, espectadores de la espantosa
escena, habían escrito o memorizado la placa.
Aquel día como era de esperar, las autoridades
anunciaron que le apresarían. Pero para mi aquello no era suficiente, diez,
veinte años de cárcel no repondrían los años de vida que ella había perdido.
Decidí hacer justicia por mí mismo; le mataría con mis propias manos y le haría
perder los años de vida que eran de ella.
Con ayuda de un amigo, averigüé
los datos del asesino por mi cuenta. Realicé una especie de investigación
privada y conseguí los datos primordiales: ocupación, residencia, número
telefónico.
Lo que me mantenía con vida era
mi odio y mi sed de venganza, no podría castigarme a mí sabiendo que él estaría
todavía vivo. No tardé en idear un plan perfecto, realmente no importaba si la
policía descubría que había sido yo el asesino: para entonces ya estaría
muerto.
Era de madrugada pero todavía el
cielo estaba oscuro. Me infiltré en su casa sin dificultad, caminé hasta su
habitación y lo vi profundamente dormido, sin problemas, como si no tuviese
conciencia. Esta imagen me llenó de odio, de desesperación y de desconsuelo. Con un cuchillo apuñalé su corazón una, dos, tres… Quince veces. También el resto
de su cuerpo fue descuartizado con mi arma y mi furia. El cuerpo del individuo se estremecía con cada puñalada, y sin embargo no le di tiempo de reaccionar.
Vivía solo, como era de
esperarse. Un animal como aquel no merecía compañía de nadie. Me retiré de la habitación y de la casa, luego encendí mi auto y conduciendo a toda velocidad, manejé hasta mi pieza. El
automóvil, mis ropas… Todo estaba cubierto de sangre.
Me miré en el espejo y vi a un
hombre completamente desconocido: lleno de sangre, con la barba en extremo descuidada,
con ojeras… Me había convertido en un asesino cualquiera.
Al día siguiente, me aseguré de
arreglarme bien para no causar sospechas entre la multitud. Aquella tarde comí
bien, disfrutando de la última comida de mi vida.
Me dirigí a la estación de trenes,
cabizbajo, con la mirada perdida. Para aquella hora las autoridades estarían ya
registrando mi apartamento, quizás. Al igual que el hombre al que había matado,
las autoridades eran negligentes.
Compré mi boleto sin
regreso, esperé en el andén a la llegada
del tren. Empecé a escuchar el sonido de este acercándose, mi corazón se
aceleró y mi vista se nubló: no había marcha atrás. Mire a mí alrededor: todas
esas personas, con diferentes historias, con diferentes anécdotas que contar…
Llegaba el tren, cerré los ojos fuertemente y susurré el
nombre de mi amada. Luego me arrojé a las vías.
Si dolió, pero solo por un
instante: luego lo vi todo desde otra perspectiva; desde arriba observé mi cuerpo destruido, los gritos de la multitud y el pánico del conductor.Ya no sentía, ya no
respiraba… “Un último boleto, sólo de ida.” Pensaba.
Boucless